10.1.11
Las pobres llamitas
Si, lo hice, comí llama. No sé si pueda volver a ver a uno de esos simpáticos animalitos a los ojos nuevamente. No sé, no es como una vaca, un chancho, un pollo, un pez: son diferentes. Quizá sea su parsimonia, su tranquilidad suprema, sus pestañas largas, su feliz presencia por todo el norte. Lo que sea, me hace sentir algo de pena. Probablemente llegué a la misma conclusión a la que llegan los vegetarianos o entendí la repulsión que causa comer gato o perro para nuestra sociedad (no así para otras). El tema es cuando el animalito que comemos está demasiado humanizado o se siente demasiado cercano. Las vacas ni las vemos los porteños, están en el campo, al borde de la ruta cuando viajamos, pero en lo cotidiano están cortadas y envasadas. Así es más fácil. Pero las llamitas, las pobres llamitas...
En cuanto al plato en sí, era un guisado, que estaba más que bueno. Algo a lo que ya me acostumbró la gastronomía salteña. Fuera de mi adicción crónica a las empanadas, casi todo lo que probé acá me encantó.
Sigo en Cachi, tentado para ir a Chicoana y a San Antonio de los Cobres, decidiré en los próximos días.
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