Escribo mientras asoma el sol de la mañana, el clima es más benévolo que en otras partes. Claudio conoce Cachi y me prometió darme una visita guiada. Está sentado en una vereda alta (al estilo de las de La Boca, aunque hecha de piedras), las patas cuelgan y rozan la calle de baldozones hexagonales: todo una postal.
Ayer caminé solo por Cachi, empecé a subir un cerro cercano, me cansé, volví a bajar, seguí caminando, probé ají de nuevo, esta vez me picó menos. Estuve en la plaza, me colgué viendo los tres campanarios de la iglesia, ahí me lo crucé a Claudio que se sorprendió cuando le pregunté la hora porque "pensaba que eras un gringo". No me metí todavía a un museo que tiene piezas antiquísimas de cerámica ni fui a las ruinas de Puerto de la Paya (que están cerca de donde es Claudio y el me insiste para conocer). También me hablaron de San Antonio de los Cobres, camino a Chile, pero parece que el alojamiento es complicado y el frío de noche ni te cuento, y no tengo ropa como para eso.
Mientras tanto Cachi sigue preciosa, despejada, cerquita de las nubes, sin el tren, pero con ají.
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