Continuando con la serie "Reflexiones que a nadie le importan", hoy me tocó recordar a la familia y los amigos, esos que aprueban o desapueban, extrañan o se desentienden a la distancia. Un viaje largo, como el que me propuse, acarréa toda una cantidad de temas asociados a la distancia, a la distancia permanente. No es lo mismo irse 15 días a la Costa que 6 meses o quién sabe cuánto más y sin destino definido.
Mi vieja se preocupa como si estuviera haciendo el viaje del Che por la selva colombiana, apenas ganó algo de tranquilidad el último mes, que ve que estoy en Salta, le da alguna especie de paz el saber que estoy en un lugar definido, aunque dentro de la misma provincia ya viajé cientos de kilómetros y pasé por paisajes muy diferentes (y ni hablar todo lo que me queda por recorrer). Mi viejo se lo toma con filosofía, aunque se preocupa un poquito, lo transmite con un más simple y menos dramático: "No hagás boludeces, pendejo". Mis hermanos están en la suya y cómo mucho piden alguna foto.
Los amigos son otro panorama. Los más cercanos extrañan juntarse a tomar una cerveza, ir a ver juntos las banditas del under porteño, los asados en casa. Otros, los que tienen tiempo de vacaciones, me preguntan qué onda el Norte, para ver si se vienen y de paso nos cruzamos un rato por estos lados. Muchos más no dan ni bola o twittean o comentan alguna gansada.
Por mi parte, extraño a la familia y a los amigos, pero con esa certeza de volverlos a ver tarde o temprano, de saber que siempre van a estar ahí y que para volver a la rutina, siempre hay tiempo. Por ahora, disfruto este viaje como nunca disfruté otro.
PD informativa: el fin de semana, si el tiempo acompaña, Ramiro me lleva a conocer el Dique Cabra Corral.
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