De a poco voy entendiendo de qué se trata ser salteño. No sólo en las conversaciones con Ramiro, sino en el trato cotidiano con esta gente linda de Salta (también, la linda). No se puede ser salteño sin amar las empanadas y el buen vino, el folklore que parece haber salido todo de los límites de esta provincia (Los Chalchaleros, Los Nocheros, el Cuchi Leguizamón, hasta el "Chaqueño" Palavecino resultó ser salteño), los paisaje coloridos, el General Guemes que debe tener un retrato abajo de Dios en cada casa.
Son orgullosos de su historia, de haber recuperado el norte para la patria, del gaucho, de sus gauchos, de los gauchos de Guemes, del poncho, del caballo que montan y de las llamas y vicuñas que se pasean por los cerros, del Cerro San Bernardo (que aun no conozco pero muchos recomiendan), de GImnasia y Tiro, de Juventud Antoniana y de Central Norte.
Ser salteño es querer sus paisajes, su tranquilidad, el mate y los carnavales que se viene. Ser salteño parece ser, sobre todo, orgulloso de la provincia que habitan. Y no es para menos, es un provincia bellísima.
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